Este artículo que os dejo de Jean Girou, (inédito hasta la fecha) publicado el 30 de Septiembre de 1928 en el periódico “La Croix”, hace referencia a la publicación del libro “Carcassonne, sa Cité, sa couronne” donde aparece lo que sería una nueva vinculación de Rennes-le-Château con Redhae dentro de un entramado turístico y se adelanta en 8 años (1928) a la publicación del mismo autor de 1936 “L’itenéraire en terre d’Aude“, obra de sobras conocida por ser la primera mención “a un tesoro encontrado por un cura” y en donde se vincula varias veces a Rennes-le-Château con la antigua ciudad de “Redhae“, la antigua capital de los visigodos, donde esta sería su capital, aquella que en el 410 recibió, según la tradición, el tesoro saqueado de Roma, incluyendo la Mesa de Salomón, el candelabro y el Arca de la Alianza y después pasaría a manos de los merovingios… o tal vez no? o si? quien sabe… 🙂
Buena lectura!
Para ver bien Carcassonne
La colección ilustrada de “Sitios y Monumentos” de la editorial J.Rey, de Grenoble acaba de enriquecerse con un volumen tan remarcable por su texto como por sus 112 heliograbados sobre la antigua ciudad de Carcassona y sus alrededores.
Debemos la ilustración al sr. Michel Jordy, quien dedica un verdadero culto a la monumental fortaleza medieval de las que se hizo seguidor, amurallando dentro de sus paredes a la elite de dos mundos: las vistas del conjunto de “la Cité”, alternando las acordonadas torres almenadas y las paredes perforadas de saeteras alienadas entre las dos murallas, castilletes y arponeras que forman una fortaleza dentro de otra fortaleza; la catedral de Saint-Nazaire, la austeridad de su nave románica y el esplendor del transepto, rodeado de capillas y el ábside, iluminado por hermosas vidrieras, todo esto se despliega ante nuestros ojos en una serie de heliograbados de una nitidez y relieve admirables.
El texto es obra de un escritor con estilo colorido, con alma vibrante ante las maravillas de la naturaleza y del arte, el Sr. Girou. Forma parte de una pléyade de espíritus ilustres que se esfuerzan, con éxito, en mostrar todo lo que hay dentro de sus enclaves, su historia y su riqueza literaria y artística, la gloria de su país occitano. Su volumen se inspira en ese plan y lo ha cumplido por completo.[ref]Jean GIROU, Carcassonne, sa Cité, sa couronne. Obra ilustrada con 121 héliograbados de Michel Jordy., Francia, 12.5 francos[/ref]
Está escrito con tal entusiasmo que, con una mente menos equilibrada, habría podido rozar el malvado género de la “historia ficción”; a pesar de que marca su simpatía por los señores Delteil y Duclos, no se sumerge dentro de los vagabundeos de sus escritos pseudohistóricos y sin embargo no hay nada más vibrante que su obra. Nada es más preciso que las páginas en las que describió los asedios de las fortalezas de la Edad Media, las peripecias de los ataques y la defensa; es un excelente comentarista del documento en piedra que es “La Cité”. El general Mangin, al visitarla, declaró que tiene, a los ojos de aquellos que saben cómo leer, un maravilloso curso de arte militar; este curso, el Sr. Girou lo ha escrito en unas páginas llenas de vida.
Ha capturado simultáneamente tanto la impresión artística y religiosa que se desprende de la iglesia de Saint-Nazaire, establece un hermoso paralelo entre la nave románica, obra meridional impregnada, como toda la arquitectura religiosa del país de Oc y de la Provenza, de reminiscencias romanas y el coro, una obra maestra del arte gótico norteño, maravillosa réplica por su elegancia aérea y sus vitrales de la Sainte-Chapelle de París y de Saint-Urbain Troyes.
Me gustaría tener el placer de discutir con el Sr. Girou algunas de las afirmaciones históricas, por ejemplo porqué llama “albigués” al obispo de Alet, que fue nombrado por el papa Juan XXII en 1307, en un tiempo donde todavía quedaban algunos cátaros pero la herejía ya había sido derrotada. Soy contrario a la última frase de su libro “En 1245, Montségur, roca fulminada por la traición, fue la hoguera trágica donde el holocausto alumbraba con su llama la historia, este fue el último fuego de la civilización occitana.” Pero yo objetaría que en el siglo XIII y en el mismo siglo XIV todavía había trovadores occitanos, y no menos importante, que la lengua occitana se hablaba y se escribía con talento muy posterior a la toma de Montségur, y que los “Juegos Morales”, una de las manifestaciones de la literatura meridional, son posteriores a la Cruzada Albigense.
Yo le pediría también, si no encuentra una cierta contradicción entre el feroz carácter que con razón reconoce dentro de la doctrina de los Perfectos y esa libertad de pensamiento que les atribuye, entre el nihilismo de su sistema religioso, moral y político, destructor de toda civilización y esa civilización occitana donde le atribuye a la cruzada su destrucción total.
Comprendo por otra parte las razones por las cuales se muestra indulgente con los Albigenses y severo con Simón de Monfort, los primeros fueron duramente reprimidos por los segundos y por otro lado, demasiados apetitos religiosos se mezclaron en la cruzada.
Es lo que pensaba, el mismo que la puso en marcha, el papa Inocencio III, cuando en el Concilio de Letrán, acoge favorablemente las quejas del conde de Toulouse y trató de contener las ambiciones de los invasores: la causa de los derrotados está inspirada a la vez por la misma simpatía, su exceso fue su derrota.
Después de haber descrito y evocado los grandes hechos históricos y legendarios, la dama Carcas defensora contra Carlomagno, el asedio de 1207 por los cruzados y la muerte del vizconde Roger, muerto a traición por los asaltantes que lo habían atraído hacia ellos por unas negociaciones de paz, la revuelta de 1246 y el incendio de los burgos de Saint Michel y Saint Vincent por la armada de Saint Louis y su reconstrucción al otro lado de la rivera del Aude, origen de la villa moderna de Carcasona, el señor Girou nos conduce al país de l’Aude cuya corona es la Cité.
El Aude, volteando la Cité, ha puesto la corona de su belleza; la armadura fauvista[ref]Fauvismo” o “Fovismo”, corriente pictórica caracterizada por el empleo provocativo del color. Su creador fue Henri Matisse en 1904 cuando realizó la pintura titulada “Lujo, calma y voluptuosidad”.[/ref] y erizada de sus diversas montañas resta abierta y entallada de gargantas y fallas y adornada de los esmaltados verdes de sus bosques, de senderos y de cascadas, de estanques y lagos de color aguamarina. Las flores heráldicas de esta joya son los castillos feudales, gloriosos satélites de la Cité, y los claustros románicos y sus celebres abadías benedictinas.
M. Girou y describe a su vez “la Montagne Noire”, con su tres regiones distintas, el Lauragués, con capital en Castelnaudary, con la ondulación amarillenta de su maíz, las aspas de molinos de viento puestos en movimiento por el Cers y el Autan[ref]EL Cers y el Autan son dos tipos de viento. El “Cers” o “Cerç” es un tipo de viento proveniente del noroeste de Narbona, a menudo bastante violento, sopla principalmente en las zonas interiores del Languedoc proveniente de la costa mediterránea. Es un viento seco, pero caluroso en verano y frio en invierno. El “Autan” es un viento que sopla del suroeste proveniente del sudeste, afecta principalmente las zonas del Languedoc y el Midi-Pyrénées. Sería lo contrario al viento llamado “tramontana”.[/ref], su antiguo obispado de Saint-Papoul con su catedral románica con “el coro enmascarado” y su claustro elegantemente frágil; el Cabardes con sus hermosos bosques de hayas, robles y castaños, coronados con abetos, arroyos y los barrancos atrapados por Riquet para el Canal de Midi. Sus picos escarpados llevan las torres de antiguos castillos en ruinas que han jugado un papel significativo en tiempo de los albigenses, esto es Saissac y Lastours; finalmente Minervois, donde se encuentran las colinas talladas de profundas gargantas de paredes de mármol (Causses), y las ricas laderas cubiertas de viñedos descendiendo hacia la gran planicie vitícola.
Posteriormente nos transporta sobre las cálidas cumbres del Bugarach para darnos una vista conjunta de les Corbières, caótico sistema montañoso entre el Aude y el Rosellón.
Desde ahí, podemos darnos cuenta de la confusión de tonos y de masas, del tropel tempestuoso de sombras y las luces. Las láminas calizas, de una invencible claridad, se topan con los tonos aleonados de la tierra roja; a lo amplio, un oleaje de perspectivas se levanta: la textura enmarañada de los montes, hacinamiento de arrecifes, superposición de valles, golletes pelados, colinas abruptas, gargantas profundas: es un nudo geológico complicado, es una cabellera pelirroja con el cabello al viento.
Si uno deja estas cumbres, se encuentra al bajar, el suelo aspero de la tierra roja de sangre, terreno encrespado y vértices calcáreos, líneas agudas recortadas sobre el brutal azul: campiña luminosa y pedregosa, donde se agarra la vegetación africana de lentiscas, granados, boj, romeros, aloes, higueras y cipreses. El cers sopla fuerte, salta de las garrigas a las fragantes copas, se envuelve entre los tomillos y las lavandas e impetuoso llega a Narbona donde llora el difunto esplendor romano.
Parte dela antigua Galia y de Francia encarando la península Ibérica, ese país en apariencia complicado recibe el choque de los pueblos: Visigodos contra Francos, Francos contra Árabes, la liga Hanseática contra los herejes respaldados por Aragón, Francia contra España, hasta que el Tratado de los Pirineos recula la frontera de la línea de las Corbières a la de los Pirineos (1659).
También, está resguardado sobre su borde meridional por las plegarias de las abadías que fundó Carlomagno y sus sucesores, Saint Hilaire, Lagrasse y Fontfroide, y por el sur, encarando al enemigo, los poderosos castillos con sus majestuosas ruinas, Termes, Durfort, Aguilar, Pierrepertuise y Quéribus.
Al sudoeste, extendiéndose hacia el condado de Foix y la tierra de Mirepoix, el Razés encuadra Carcasona con ondulaciones de colinas y de valles, de las líneas de los sauces o los álamos diseñan los campos de trigo y las terrazas de los viñedos.
La antigua fortaleza visigótica que da nombre al país, la antigua Reddae (Rennes, le Château), arruinada por Aragón, fue sustituida después de muchos tiempo por dos capitales vecinas, Limoux, centro administrativo rico por sus viñas y su vino blanco espumoso (blanquette); Alet, antiguo obispado donde se conserva una remarcable catedral románica en ruinas y a la vez, rica por sus aguas minerales y su vino.
El Sr. Girou ama de tal forma su país que se siente empujado en sus excursiones hasta los Pirineos y nos hace remontar por el valle del Aude, atravesando sus grandiosas gargantas de la Pierre-Lys y de Saint Gorges, y el de Ribenty, no menos constricto. Nos hace los honores de los bosques de pinos que ocupan varias hectáreas de la cuenca de Quillan, y entramos en una comarca histórica, el país de Sault, que como en las Corbieres, las abadías (Joucou) colindan con los castillos medievales (Puylaurens, Puivert et Niort).
Como el Sr. Girou tiene razón cuando nos describe esta “corona” de la Cité, como joya engarzada, él lo hace como artista, peinando los cielos y sus juegos de luces, las líneas del paisaje y sus tonalidades, el relieve del suelo, con sus gargantas, con sus picos, con sus altas planicies; pero también como un historiador que no olvida que el ser humano es la mayor obra de la naturaleza y joyoso nos presenta, de cara a los maltrechados monumentos las pistas de su actividad a través de los siglos.
Jean Guiraud
El artículo original
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